jueves, enero 21, 2010

LOS MUSICALES SON ALGO BONITO DE VER

Dentro de poco estrenarán una peli musical llamada Nine que según parece está basada en un musical de Broadway, que a la vez era una versión musical de la película 8 y medio de Fellini. Me parece una buena idea esto de reciclar historias. Ahí tenemos West Side Story que versiona los amores imposibles de Romeo y Julieta con bandas de Nueva York o el Rey León que se inspira en la historia de Hamlet pero en plan selvático. Si de Shakespeare se puede sacar tanto jugo, es lógico que también pueda aprovecharse la obra de Fellini o... ¿por qué no? ¡Ingmar Bergman!


Me lo puedo imaginar en grandes letras de león que iluminen los teatros más prestigiosos de Broadway, el West-End, la Gran Vía madrileña o el Paral.lel de Barcelona: El Séptimo Sello: El musical. Sería una caña. De los creadores de Grease, llega el gran musical sobre el cine de autor... Se podrían adaptar las obras maestras de directores tan prestigiosos como Bergman, Truffaut o Kurosawa. Estoy convencido que llenarían cada función. Todo el mundo iría a verlo, desde los intelectuales hasta las porteras. El entusiasmo se desbordaría con canciones como “La muerte es tan deprimente...”, “Los escandinavos somos gente divertida” o el super éxito “Mi vejez es desoladora”. Todas ellas repletas de bailes sugerentes y ritmos pegadizos. ¿Y por qué no? ¿No se ha hecho un musical de Mecano? Claro que combinar la comedia ligera y las crisis existenciales puede ser una tarea complicada pero eso añadiría riqueza a este musical. Tendrían un aire culto y popular a la vez. Como Joaquín Sabina, Hemingway o... Guti.


El argumento podría ser el siguiente: Un anciano profesor universitario reflexiona sobre los sinsabores de la vida. Entonces aparecen de la nada unas bailarinas cachondas y le quieren animar con una coreografía. Hasta aquí todo correcto, ¿no? Entonces el viejo mira una fotografía en blanco y negro de cuando era niño. Tras un monólogo de diez minutos sobre lo efímero de la juventud, aparecen bailarines y bailarinas esculturales disfrazados de colegiales. ¡Ovación asegurada! Otro número musical ilustraría el primer amor encarnado por una cabra iraní (mestizaje). Después nuestro protagonista estudia en la universidad y entraría en una lucha interior: Por un lado quiere ser un filosofo francés (a pesar de ser sueco) y por el otro, un samurai. Eso posibilitaría un merecido homenaje a las películas de Kurosawa. Pero finalmente el joven acaba dejando de lado su formación y se convierte en un golfo callejero al estilo de Truffaut. Esto se expresaría con canciones reivindicativas del estilo “Los peores ladrones son los banqueros” o "El capitalismo no me mola en absoluto".


El segundo acto se centraría en la identidad sexual. De tanto frecuentar ambientes truculentos poblados de drogadictos, prostitutas y peludos marineros, nuestro protagonista se replantea su sexualidad. El necesario guiño a la tolerancia estaría marcada por la sutileza y el buen gusto con la canción titulada “¡Ay madre mía... de repente me gustan los pepinos!”. Sin duda, sería un himno valiente y comprometido con los gays, homosexuales y demás invertidos que tanto abundan en el mundo del espectáculo.


El tercer acto estaría marcado por una búsqueda existencial. De tabaco, una noche que los estancos están cerrados. Pero el público más inteligente entenderá esta metáfora como el hombre que busca desesperadamente a Dios en el universo. El vacío existencial se llenaría con las canciones “Jugando al ajedrez con la muerte” o “Buda, Jesús y Mahoma, creo en todos y en ninguno”. Llegados a este punto, es posible que la obra sufriera algún tipo de respuesta contundente por parte de colectivos religiosos... El escándalo sería parte de la promoción.


Para mayor goce de los entendidos, esta obra se escribiría en un idioma minoritario (estoniano o mongol) para que siempre pueda verse en versión original subtitulada. En el fondo del escenario se colocaría una gran pantalla con letras que fueran pasando. Sin duda, la gente culta encontrará mucho goze en leer subtitulos durante tres horas y perderse parte de los bailes.


¡Pronto se estrenará el musical que los gafapastas llevan años reclamando! ¡Que tiemblen los directores comerciales!



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