martes, noviembre 25, 2008

EL DÍA DE LOS MEDIOCRES

Antonio López (Toni para los amigos) era un tipo profundamente mediocre. Trabajaba en las oficinas de una multinacional. Una hormiguita más. Rozaba los treinta años y tenía unos cuantos amigos con los que hablaba de fútbol, de chicas y de motos, en este orden. Sus notas en el colegio habían sido discretas y nunca destacó en nada. No era ni aburrido ni interesante. Ni guapo ni feo.

Todo cambió una mañana que Toni estaba en el metro. Un miércoles cualquiera. Medio dormido, ojeando un periódico gratuito y con el aliento aún con gusto a café. Nada presagiaba que sería el día más increíble de su vida. Un adolescente miró a Toni de reojo y después con más intensidad. Se acercó alucinado, como si hubiera visto al mismísimo Dios.

  • Tú eres Antonio Lopez, ¿verdad? - le preguntó-.

Toni no conocía a ese chaval y le pareció un poco raro pero asintió la cabeza algo descolocado. El adolescente se puso a gritar como un poseso que Antonio Lopez estaba allí, a su lado, en ese vulgar vagón de metro... Y la multitud enloqueció. De hecho, no se oían gritos así desde los conciertos de los Beatles. Los hombres de todas las edades querían estrecharle la mano y darle palmadas en la espalda, las chicas le querían besar. La mayoría le pidieron autógrafos y Toni se sintió totalmente desconcertado. ¿Era una broma? ¿Alguien le estaba grabando para un programa de la tele? Toni no se lo pensó demasiado y se bajó del metro tan pronto como pudo. Una auténtica marea humana lo siguió por el andén y escaleras arriba.


En el exterior a Toni no le fue muy difícil camuflarse entre la multitud. Después cogió un taxi para llegar a la oficina. El taxista era un hombre que pasaba de los cincuenta años y con mirada desencantada. Toni le dijo la dirección y se empezó a cuestionar lo que había pasado. Tal vez era un sueño... El taxista lo miró incrédulo y después abrió los ojos como platos.

  • ¿Usted... es quien... quien creo que es?- preguntó tartamudeando-.

  • ¡Es que yo no sé quien cree que soy!

  • ¡El famoso Antonio Lopez!

  • Bueno... Y dígame... ¿Por qué soy famoso?

  • ¡Vaya pregunta! Usted es el hombre más importante del siglo. ¡Un héroe! ¡Marcó el gol que dio el Mundial a España!

  • ¿Lo dice en serio?

El taxista dijo que él no era uno de esos nenazas que están obsesionados con los famosos. Que en su taxi había llevado a Almodovar, a Buenafuente... incluso a Julio Iglesias. Pero nunca se había emocionado tanto. Después de dejarlo frente a las oficinas (y tocarle porque según el taxista, daba suerte), Toni Lopez subió a la planta donde trabajaba. Temía que el jefe le echara la bronca por haber llegado tarde con esa tontería de los fans. ¡Era demasiado increíble para servir de excusa!


Cuando sus compañeros de trabajo lo vieron entrar se sorprendieron tanto como Toni al ver que su mesa estaba ocupada por un tipo que no había visto en su vida. De nuevo se armó una buena y toda la gente le rodeaba histérica. El jefe de Toni se acercó a la turba preguntándose a que se debía ese alboroto. Cuando vio a Toni cambió su actitud severa y le felicitó por el Oscar...


Toni estuvo toda la mañana en las oficinas. Los compañeros que antes le mostraban una actitud más bien indiferente, ahora les caía la baba. Le reían todas las gracias y le repetían que era un tío genial. Lo más raro (aparte de la misma historia que ya es bastante rara de por si...) es que cada uno le felicitaba por unas proezas diferentes. Para unos era un futbolista de elite, para otros un actor consagrado que había triunfado en Hollywood, un célebre piloto de Formula 1 o el mejor tenista del mundo...

A la hora de comer, el jefe le llevó al mejor restaurante de la ciudad. No les hizo falta tener reserva y obviamente, comió gratis. Allí conoció a unas bellísima modelos con las que estuvo entretenido toda la tarde y toda la noche. Ellas estaban encantadas con su último disco y bebieron botellas de champán que valían más de lo que él cobraba en un mes. También le ofrecieron drogas que no sabía ni que existían y tuvo las mejores sesiones de sexo que podía imaginar.


No sabe como acabó la noche pero se despertó en una limusina vacía. Cuando salió a la calle le dolía la cabeza. Caminaba por las calles sabiendo que en cualquier momento los gritos de la gente le iban a fastidiar la resaca. Pero nada. La gente le ignoraba exactamente como lo habían hecho toda su vida. Toni estaba molesto con el cambio y cogió del brazo al primer peatón que encontró.

  • ¡Soy Antonio Lopez! ¿Ya se ha dado cuenta?

  • Y yo soy Pepito de los Palotes – le respondió el peatón malhumorado -. ¡Déjeme en paz o aviso a la policía!

De golpe y porrazo nadie le conocía. ¡El día anterior había sido el más grande de los deportistas, de los músicos y de los actores... y ahora no era nadie! Toni fue a su trabajo a regañadientes y el jefe le dio un sermón por llegar tarde. No estaba de humor pero aguantó el tipo. Después se sentó en su mesa y no sabía si echarse a reír o a llorar. Todo esto le parecía tan extraño y ridículo... Su compañero de mesa lo miró extrañado. Se llamaba Fernando Alonso y era un tipo alto y con patillas. Un asturiano sin cuello que tenía fama de prepotente.

  • ¿Qué pasa?- le preguntó Fernando-. Pareces mareado...

  • Nada... – Toni no sabía por donde empezar a hablar-. Sólo estaba pensando que sería genial que todos pudiéramos ser ricos y famosos... Aunque sólo fuera por un día.

Fernando se echó a reír.

  • Sí, claro... Tú sigue soñando.

Y Antonio Lopez y Fernando Alonso siguieron trabajando hasta la hora de comer sin otra preocupación que cuadrar la hoja de presupuestos.


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